El 1ero de septiembre del año 1981, un vuelo comercial que cubría la ruta de Puerto Ayacucho – Maroa – San Carlos de Río Negro, no llegó a su destino, tras una fuerte neblina que imposibilitó la visión del piloto e hizo que la avioneta Cessna 207 monomotor, de color amarillo y portador de las siglas YV-244-C, se desplomara en medio de la selva amazónica, tras un intento fallido por el piloto de querer aterrizar en un lugar seguro. De inmediato las alarmas se encendieron y la búsqueda de la avioneta comenzó, pero fue tres días después cuando un piloto de la ruta comercial, avistó los restos de la aeronave en medio de la selva muy cerca del río Casiquiare, pero por el estado de la avioneta, era imposible que hubiera algún sobreviviente.
Los tripulantes de la avioneta eran: Rómulo Ordoñez, capitán de la nave; José Manuel Herrera, juez colombiano; Salvador Mirabal, agente policial y Raiza Josefina Ruíz Guevara, médico residente en Maroa, de 26 años y próxima a recibir el título de Médico Cirujano. Los familiares de los 4 pasajeros fueron informados de que no hubo sobrevivientes. Un ataúd con el cuerpo de Raiza Ruíz, fue sepultado el 5 de septiembre en el Cementerio del Este en Caracas, la familia Ruíz Guevara lloraba la pérdida de su joven familiar.
El hecho lamentable fue seguido por la prensa, radio y televisión, el caso de los 4 fallecidos en el Amazonas, era el titular en los primeros días del mes de septiembre en Venezuela. Aunque Raiza estaba sepultada, en realidad ella se encontraba librando una batalla de sobrevivencia en la selva venezolana, malherida había logrado salir de la aeronave, al igual que Ordoñes y Herrera, mientras que Mirabal quedó atrapado entre el fuego y falleció.
Raiza y sus dos compañeros comenzaron a caminar, pero las fracturas y quemaduras de los dos hombres, hicieron que pasadas unas cuantas horas, murieran. Raiza era una afectada más y no podía atender a sus compañeros, por eso dejó sus cuerpos en medio de la selva y ella siguió caminando por días, comiendo algunas plantas, pero temía por encontrar alguna venenosa y morir, seguía aferrada a la vida. El pequeño cuerpo de Raiza comenzaba a hincharse, el contacto con la humedad de la selva empeoró sus heridas, los insectos comenzaron a recorrer su cuerpo y sus quemaduras se llenaban de gusanos, la mujer seguía caminando hasta que su cuerpo no pudo más y cayó al suelo, había decidido morir, ya no podía más. Ese domingo 6 de septiembre, cuando Raiza estaba en el suelo, escuchó voces humanas las cuales se aproximaban a ella, eran los indios de la etnia Baré, quienes la auxiliaron y comenzaron la travesía de llevarla al centro médico de San Carlos, en el camino los integrantes de la etnia invocaban a sus espíritus, sus canciones de rituales comenzaban a escucharse, debían salvar a la mujer.
En el dispensario no había médicos, todos habían acudido a los actos fúnebres de Raiza, solo una odontologo atendió a Raiza, sus piernas estaban muy graves, las larvas eran abundantes y ella temía perderlas, por lo que el inicio de la limpieza y curación la comenzó la propia Raiza. A las horas, ya habían avisado a Puerto Ayacucho que Raiza se encontraba con vida, y el día 7 a tempranas horas, una avioneta despegó rumbo a Caracas, para que Raiza fuera atendida en un hospital como debía ser. El novenario de la mujer ya había comenzado, pero una llamada cambiaría el rumbo del ritual religioso y la familia contemplaba el hecho de que Raiza Ruíz estaba con vida. La mujer fue trasladada a una clínica de Caracas, el padre de Raiza rezaba junto a su hija, lo que para ella era extraño, porque su padre era ateo.
Cuando se supo de que la médico estaba con vida, las preguntas comenzaron a invadir a los venezolanos, ¿A quién habían enterrado?, debido al caso era necesaria una exhumación de la ataúd, el día 10 de septiembre se pudo ver que la urna contenía cal y huesos de venados y lapa, y lo mismo había pasado con los otros cuerpos, los socorristas habían cometidos graves errores y jugaron con el dolor de las familias, por lo que los responsables fueron judicializados.
Raiza, tardó en sanar sus heridas físicas y emocionales, bromeaba con el hecho de preguntar sobre quien había asistido a su funeral y quien la había llorado, era una forma de sobrellevar todo lo que estaba pasando. Raiza, estaba muerta legalmente, pero eso no le costó en retomar su ejercicio de la medicina y no fue hasta el 2006 cuando pudo demostrar que estaba viva legalmente. Hoy, esta mujer que sobrevivió a las calamidades de la selva, se destaca como médico y docente y vive en el anonimato.
Daniel Navarro Petit @ElJournaldeDani
Créditos a los autores de las fotografías
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